Medio Verde - Agustín Tenocelotl

El anuncio del Gobierno de Puebla sobre la reubicación de la caseta de la Vía Atlixcáyotl, presentada como un megaproyecto para resolver un problema histórico de movilidad, merece un análisis que trascienda los aplausos iniciales. Desde la perspectiva de quienes habitan en esta región y observan las dinámicas ambientales, debemos preguntar: ¿Es esta obra realmente una solución integral, o simplemente un paliativo a un modelo insostenible de desarrollo urbano?

La promesa de la caseta de la Vía Atlixcáyotl es tentadora: reducir el tráfico hasta en un 90% mediante una ampliación de 14 a 20 carriles y la incorporación de telepeaje exclusivo. Desde los residentes, la perspectiva de recuperar el tiempo atrapado en el embudo vial y disminuir la exposición a contaminantes es, sin duda, una mejora en la calidad de vida. Este aspecto humano es irrefutable. Disminuir la vuelta de rueda significa, objetivamente, una reducción de emisiones de monóxido de carbono y óxidos de nitrógeno por unidad de tiempo.

Sin embargo, el optimismo debe ir acompañado de escepticismo ambiental. La historia nos ha enseñado que la expansión de infraestructura vial no siempre resuelve la congestión; a menudo, la aplaza o la estimula, fenómeno conocido como “demanda inducida”. Al hacer la autopista más eficiente, se incentiva a más conductores a utilizarla, así como a desarrollos inmobiliarios y comerciales más lejanos, lo que, a mediano o largo plazo, puede saturar los nuevos carriles y desplazar el problema a los nuevos puntos de confluencia.

El gobierno estatal ha destacado la cooperación y el compromiso de no aumentar el costo del peaje, lo cual es loable en términos sociales. Pero la verdadera visión de largo plazo, la que se alinea con la directriz de sustentabilidad, debería poner en la mesa preguntas más profundas:

¿Dónde queda la inversión en movilidad no motorizada y masiva? Un proyecto verdaderamente integral equilibra la inversión en vehículos particulares con soluciones de transporte público eficiente y carriles seguros para bicicletas.

¿Se evaluó el impacto ecológico de la reubicación en el nuevo kilómetro 9+160? Toda obra de esta magnitud impacta el suelo y la biodiversidad local. Es indispensable la transparencia total en las Manifestaciones de Impacto Ambiental (MIA) y los planes de mitigación.

¿Es esta una solución de “última milla” o solo una solución de “larga distancia”? Necesitamos saber cómo se conectará este flujo acelerado con las vialidades urbanas de la periferia (como Lomas de Angelópolis), que históricamente han sido puntos ciegos de la planeación.

Aplaudo la intención de resolver un nudo histórico y la oportunidad de tener una infraestructura más ágil. La “confianza y progreso” que se promueve solo serán reales si este proyecto se complementa con políticas de planeación territorial que desincentiven la dependencia del automóvil y protejan el entorno natural que bordea esta importante vía. De lo contrario, solo estaremos construyendo una ruta más rápida hacia el mismo problema ambiental de siempre. El desarrollo debe ser sostenible, no solo rápido.