Los últimos meses ha sido una constante enterarme de que, una a una, varias personas a quienes conocí hace algunos años y proyectaban una muy buena vibra en su trabajo, han dejado de estar en este mundo. Aunque biológicamente fallecieron hace dos años, un año, seis meses o antier… para mi es como si hubieran muerto ayer. Es decir, el impacto es a destiempo. Entonces, ¿cuándo ocurre la muerte?
Ya lo decía la escritora chilena, Isabel Allende en su novela “Eva Luna”: La muerte no existe, la gente sólo muere cuando la olvidan; si puedes recordarme, siempre estaré contigo”.
Si hay un tema que inunda los consultorios psicológiocos es el de la muerte, ya sea por un ser cercano o lejano. Y es que es imposible concebir la propia finitud, así que cuando ocurre en el otro, aunque fuera alguien que solo nos sonrió o miramos en algún instante de la vida, inconscientemente proyectamos nuestra falta, nuestra caducidad.
Según Freud, negar que nosotros seremos un día el cuerpo que velan, nos pone frente a la angustia de la propia existencia; justo por esa dificultad, surge el aforismo “si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte”.
Muchos pacientes que llegan a trabajar el duelo, pueden simbolizar la pérdida y recordar con nostalgia a quien físicamente ya no está presente, la labor del análisis no es borrar al difunto por completo, sino resignificar el lazo de tal manera que su ausencia no se convierta en un fantasma que viva en su propia casa.
Ahora bien, en los trabajos de duelo, el primer momento es la ausencia de quien, con su deceso, resulta estar más presente en la vida cotidiana: en la nostalgia, las charlas, los rituales, los planes, etc. Sin embargo, el desanudamiento también comprende a los vivos, es decir, a quienes se quedan en el plano terrenal y con quienes los sobrevivientes tienen que lidiar.
A propósito de esta temporada de “muertos”, “fantasmas” y “almas en pena”, justo llenamos los panteones o ponemos veladoras para dar literalidad a lo que decía Canserbero en “El Primer Trago”: “No se muere quien se va, sólo se muere el que se olvida”. También la escritora Marguerite Yourcenar, en uno de los cuentos de su libro Fuegos, escribió que “muchos hombres se deshacen, pero pocos hombres mueren”.

